Trini era una gitanilla morena, de larga y rizada melena negra como el azabache, y de unos ojos grandes y rasgados, muy pizpireta y graciosa, que al pasar con su borriquillo cargado de higos chumbos, para vender en la Plaza del Pan, se llevaba detrás las miradas de admiración del publico. Iba descalza, pero trás sus pies pequeñitos, iba dejando las huellas de sus pisadas y un halo de perfume a jazmines, con que se adornaba su cabello negro, y el único lujo que se podía permitir.
Iba deseando llegar, porque allí estaría quizás esperandola Julianillo, aquel guapo payo de Alcalá, que vendía pan al lado suyo. Eran amigos, amigos de verdad, era simpatía mutua lo que sentían el uno por el otro, Sólo que... desde aquel día, en que Julianillo la ayudó a quitarle los pinchos de los chumbos, de sus pies doloridos, al notar ella la delicadeza y el cariño con que la trataba, sintió muy dentro de su alma, cómo algo extraño que le aceleraba el corazón, era algo nuevo muy dificil de definir...pues nunca hasta entonces, había tenido esa sensación.
A él le pasaba igual, porque una sonrisa muy bonita, se dibujaba en su boca y encendía sus ojos azules, cuando la veía llegar con su borriquillo, pregonando su mercancía, parecía que aquel pregón se le metía en el alma, y esa voz de la Trini... siempre le acompañaba, estuviera despierto o soñando.
Eran felices así... sólo con sentirse cerca el uno del otro, así eran felices y sin pensar en más allá, ella pensaba... si esto es el amor ¡ Que bonito es ! él pensaba igual para sus adentros, pero sus labios callaban, no quería romper el encanto maravilloso que los unian, si en realidad era maravilloso sentir así; la ingenuidad de los dos, era indescriptible por ser dos seres inocentes y bellos.
Pero un día ella no apareció con su pregón, y ese día fue para Julianillo tan largo, que decidió cruzar el puente, para ir a la Cava de Triana y saber que pasaba. Le recibieron con malas caras y ella estaba muy triste, sólo sabía llorar. Julianillo no entendía y al preguntar que les pasaba, la madre se le adelantó, para explicarle... que Trini estaba prometida desde su nacimiento, con uno de los suyos, de su raza, y que su amistad no la beneficiaba en nada... que lo mejor sería que no volvieran a verse. A él le dió un vuelco el corazón y Trini seguía llorando; le dijeron que se fuera antes que llegara el padre, y él con el alma rota se levantó para marcharse, cuando Trini de rodillas delante de su madre, le pedía que la dejara acompañarlo sólo hasta el puente.
La madre mujer al fin, le permitió ese pequeño deseo, y se fueron por el Puente de Triana, cogidos de la mano y mirandose a los ojos, al llegar al otro lado no podían despegar sus dedos, y él se ofreció a volver atrás para acompañarla nuevamente, no se querian separar y todo sin despegar las manos ni los labios, sólo hablaban los sentimientos y sus miradas llenas de amor, así una vez y otra vez, pero comprendiendo ambos que aquello no podía durar, al llegar a la mitad del puente, y cómo obedeciendo a un mandato interior... se dieron su primer beso y abrazados se tiraron por el puente.
Desde entonces cada vez que paso por el puente de Triana, recuerdo esta leyenda tan triste, pero maravillosa, que quedó para siempre en el pensamiento de los sevillanos, corriendo de boca en boca, desde tiempos inmemorables.
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